Manuela estaba admirando los pendientes que le dio su amado.Pero al guardarlos mientras en la caja de los pendientes, reparó en una cosa que había visto y que le hizo ponerse lívida, como paralizada. Acababa de ver dos gotas de sangre fresca que manchaban el raso blanco de la caja, y que debían haber salpicado también los pendientes. Además, la caja estaba descompuesta; no cerraba bien, y se conocía que había sido arrancada en una lucha a muerte.Manuela permaneció muda y sombría durante algunos segundos; Hubiérase dicho que en su alma se libraba un tremendo combate entre los últimos remordimientos de una conciencia ya pervertida, y los impulsos irresistibles de una codicia desenfrenada y avasalladora. Triunfo ésta, como era de esperarse, y al joven, en cuyo semblante seretrataban entonces todos los signos de la vil pasión que ocupaba su espíritu, cerró,enarcando las cejas, la caja prontamente, la apartó con desdén, y no pensó más que elefecto que hacían los ricos pendientes en sus orejas.