El Zarco. Cap.2
16.01.2015 08:41
En el patio interior de una casita de pobre pero graciosa apariencia, que estaba
situada a las orillas de la población y en los bordes del río, con su respectiva huerta de
naranjos, limoneros, y platanares, se hallaba tomando el fresco una familia compuesta de
una señora de edad y de dos jóvenes muy hermosas, aunque de diversa fisonomía.
La una como de veinte años, blanca, con esa blancura un poco pálida de las tierras
caliente, de ojos oscuros y vivaces y de boca encarnada y risueña, tenía algo de soberbio y
desdeñoso que le venía seguramente del corte ligeramente aguileño de su nariz, del
movimiento frecuente de sus cejas aterciopeladas, de lo erguido de su cuello robusto y
bellísimo o de su sonrisa más bien burlona que benévola. Estaba sentada en un banco
rústico y muy entretenida en bordar en las negras y sedosas madejas de sus cabellos una
guirnalda de rosas blancas y de caléndulas rojas.
Diríase que era una aristócrata disfrazada y oculta en aquel huerto de la tierra caliente.
Marta o Nancy que huía de la corte para tener una entrevista con su novio.
La otra joven tendría diez y ocho años; era morena; con ese tono suave y delicado de las
criollas que se alejan del tipo español, sin confundirse con el indio, y que denuncia a la hija
humilde del pueblo. Pero en sus ojos grandes, y también oscuros, en su boca, que dibujaba
una sonrisa triste siempre que su compañera decía alguna frase burlona, en su cuello
inclinado, en su cuerpo frágil y que parecía enfermizo, en el conjunto todo de su aspecto,
había tal melancolía que desde luego podía comprenderse que aquella niña tenía un
carácter diametralmente opuesto al de la otra.
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